Los jóvenes mozambicanos en camino

Por Miriam Piqueras*

Jóvenes en camino - MozambiqueÉsta es una de las fotos que más me gustan de mi estancia en Mozambique. La tomó Fer, mi compañero de voluntariado. Observad la foto atentamente, ¿qué os transmite? A mí me habla de futuro, de gente en movimiento, en búsqueda, en camino.  Es de esa gente de quien me gustaría hablaros.

Hubo varias cosas que llamaron mi atención durante el tiempo que pasé en Chiure, ese lugar del norte de Mozambique en el que pasé parte del verano. Ya iba sobre aviso con respecto a los aspectos negativos, aunque algunos de ellos aún me impactaron. Sin embargo no estaba preparada para encontrarme con una de las mejores cosas de Chiure: los soñadores, los jóvenes, los que cada día caminan por esa u otra carretera algo más lejana para acudir a la escuela.

En la escuela secundaria de Chiure, los jóvenes sólo pueden estudiar hasta 10º curso, lo que equivaldría a nuestra secundaria obligatoria. Si quieren continuar sus estudios, deben marchar a otra ciudad con lo que eso conlleva: dejar a  su familia y sus amigos, reunir dinero para el viaje y encontrar un trabajo en su nuevo destino  con el que pagarse los estudios y el alojamiento.

Entenderéis, que en Chiure, donde la mayoría de la población trabaja como jornalero en el campo (si es que trabaja), pocas familias se pueden permitir enviar a su hijo o hija a la ciudad. Comprenderéis también que la idea de ir a la Universidad es casi un imposible… Y aquí llegaron ellos, con sus 17 y 18 años: Jordao, Artemisa, Orlando y  Gamito.

A todos ellos les conocí de noche, en el rezo del terço (el rosario), la misma noche que llegué a Chiure. Los jóvenes que estudiaban fuera habían vuelto a sus casas aprovechando dos semanas de vacaciones.  Normalmente, tras visitar a su familia, acudían a saludar a las hermanas y a los padres responsables de la parroquia. Interpreté que esta visita respondía a tres motivos: en la misión encontraban ayuda, apoyo y ánimo; se encontraban después de tanto tiempo separados y, también, daban gracias a Dios por el encuentro y por lo vivido.

Al principio, mi presencia sólo les despertaba curiosidad y, como nos encontrábamos en la noche, yo ni siquiera alcanzaba a ponerles cara. Noche a noche, terço a terço y con alguna tarde de oratorio por medio, empezaron a confiar en mí y comencé a conocerles, a ponerles no sólo cara, sino alma.

Jordao y Artemisa estudiaban muy lejos de Chiure. Además de lugar de nacimiento, compartían varias cosas: unas voces muy especiales con las que nos deleitaban en los cantos y lecturas de las celebraciones diarias, una gran fe en Dios, el gusto por la lengua inglesa y el sueño de ser abogados. En el caso de Artemisa, ese sueño es más difícil todavía: es una mujer.

Orlando y compañía...Orlando tenía aspiraciones aún más altas: él quería estudiar lengua portuguesa y convertirse en doctor. Su hermana de cuatro años, Flora, iba a la escolinha de las Salesianas en la que yo trabajé. En el tiempo de vacaciones, colaboraba allí en la cocina y en el reparto de la comida. Durante la siesta de los niños, le gustaba dar clases magistrales a las titías sobre portugués, geografía, historia o literatura.

Por su parte, Gamito también lo tenía claro: él quería ser profesor. Ése había sido su sueño desde pequeño y su mayor ilusión sería volver a Chiure para enseñar a los niños de allí. Por aquel entonces, Gamito ya dirigía un oratorio en Pemba con unos 12 animadores y unos 600 chavales. En su último domingo antes de regresar a Pemba (donde estudiaba 12ª), Gamito reunió a los jóvenes de la parroquia para hablarles del voluntariado, insistiéndoles en la importancia de la motivación y la satisfacción del servicio a los demás.

Jordao, Artemisa, Orlando, Gamito, y muchos otros que no tuve oportunidad de conocer, son gente extraordinaria. En todas partes existen muchas personas resignadas con su situación, que se dejan llevar por las circunstancias o lo abandonan todo ante el fracaso. Encontrar personas de este tipo allí, parecía lógico: es difícil imaginar una vida mejor ante la realidad que tienen. Sin embargo, para mí fue un hecho extraordinario encontrar a este otro tipo de personas. Aquéllas que, aún en esas condiciones,  viven su vida con alegría, saben de la importancia de la educación y se esfuerzan por formarse, se marcan metas (difíciles) y luchan por alcanzarlas, dan lo mejor de sí, se dan a los otros y siguen caminando.

Cuando terminaron sus vacaciones y marcharon de nuevo, parecía que le faltara un poco de vida a Chiure. Al despedirme, recuerdo que le deseé a Jordao mucha suerte para que cumpliera su sueño. Él me contestó con algo muy simple que me hizo pensar y que recuerdo a menudo: «para ello, rezo a Dios todos los días». He ahí la lección que me dieron, el mayor tesoro que compartí con ellos, la fuerza que les ayuda a seguir caminando: la oración y la fe en Dios.

Ahora que también vosotros les conocéis, todos podríamos hacer algo por ellos. Ahí van algunas propuestas:

  • Pensemos en ellos cuando colaboremos en alguna campaña. Son muchas las necesidades y algunas son primordiales, pero no nos olvidemos que los jóvenes necesitan también apoyo para continuar su formación y ser educadores, abogados, médicos o ingenieros.
  • Hablémosles a nuestros jóvenes del «norte» de estos extraordinarios jóvenes del Sur, ayudémosles a valorar lo que tienen y a ser agradecidos.

También, tengámosles presentes en nuestras oraciones, a los del Norte y a los del Sur, porque el futuro de las naciones es suyo.

* Miriam Piqueras es profesora de Educación Infantil en Lugo y voluntaria de la ONGD Madreselva

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Maribel dice:

    Gracias Mirian por estos «reportajes» y comentarios que nos brindas de vez en cuando sobre tu estancia en Mozambique, y concretamente en Chiure.
    Transmiten un aire fresco y esperanzado en el futuro de la humanidad. Mientras siga habiendo jóvenes como los que nos retratas, un mundo mejor sí es posible. Ellos nos demuestran, que las condiciones adversas y las dificultades del camino, no son obstáculo ni excusa para darse por vencido. El afán de superación y el esfuerzo, son asignaturas pendientes que tenemos los del Norte.
    Los jóvenes de Chiure sueñan con mejorar su vida y la de sus familias, y tú nos animas a que enseñemos a hacer lo mismo a los jóvenes y niños a los que estamos educando. Yo lo intento con mis alumnos pero no siempre lo consigo…
    Y como broche, aquellos confiesan que la fuerza para lograr todo eso la reciben de la oración y la fe en Dios. ¡Qué gran lección y qué sencillez !
    Tenemos mucho que aprender de ellos.

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