Un Sínodo, tres películas y un obispo

Por Dolores Aleixandre, rscj

Con la libertad que me da recordar que sínodo significa «hacer camino juntos», me sumo a la caravana de caminantes que van a reunirse en torno al tema de la Palabra a partir del próximo 5 de octubre, y aprovecho la ocasión para expresar mis deseos y expectativas sobre él. Y como me siento eclesialmente implicada en su reflexión y su trabajo, me expreso en un «plural sinodalicio».

En lo que esté de nuestra parte, a ver si bajamos la Biblia de ese estante en el que yace acompañada del Espasa o del Quijote en ediciones de lujo que nadie toca. Ya está bien de creer que está tan sólo al alcance de los que «dan la talla» y de que algunos se consideren sus propietarios y «peritos». Vamos a poner todo nuestro empeño en que la coja la gente de a pie, ésa que pregunta bajito al de al lado: «¿En qué página?» cuando hay que buscar un texto, que se extraña muchísimo de que alguien se llame Habacuc («¿Haba… qué?»), o se disculpa de no leer en alto «porque se me han olvidado las gafas». No es propiedad de algunos, es una Palabra nuestra: la reciente película de Ángeles Gónzález Sinde, Una palabra tuya -basada en el libro de Elvira Lindo– invita a poner ese título en plural y a pegar en cada ejemplar de la Biblia este rótulo: Propiedad comunal. Entrada gratuita. Porque lo que tenemos entre las manos es el resultado del trabajo colectivo de muchas generaciones, el fruto de la reflexión de un pueblo sobre su historia y, por eso, su lectura sólo adquiere pleno sentido cuando tiene como destinatario al pueblo creyente.

Vamos a levantarnos de la butaca y a entrar en el guión. Esto también me lo inspira otra película, La rosa púrpura de El Cairo, de Woody Allen: la protagonista de la cinta, sentada en la butaca de un cine, contempla la misma película sesión tras sesión. De pronto, ve cómo su actor preferido se sale de la pantalla, la agarra de la mano y la introduce dentro de la escena y, a partir de ese momento, se convierte en un personaje más del guión. Preciosa imagen de lo que puede pasar cuando nos animan a leer la Biblia no como espectadores, sino dialogando con sus personajes y entrando en la banda sonora de sus experiencias, conscientes de que todos esos hombres y mujeres de las narraciones bíblicas vienen a nuestro encuentro para acompañarnos en nuestro itinerario creyente. ¿No podría animarse a los futuros biblistas a convertirse, además de en eruditos, en «acomodadores» que dan la mano a otros para ayudarlos a incorporarse al guión bíblico?

Hay que reconocer que todavía «no hemos arreglado los papeles» para separarnos del pensamiento filosófico con el que se desposó en casto matrimonio la joven teología cristiana. Uno de los frutos de esa unión fue un lenguaje plagado de categorías abstractas, clasificaciones, géneros, especies, sustancias y accidentes, que nunca supo qué hacer con las narraciones y nombres concretos que pueblan todos los rincones de la Biblia: Abraham, Raquel, David, Gedeón, Andrés, Pedro, Marta, Zaqueo, María… Todos diferentes y, sin embargo, visitados por un Dios que tiene como costumbre no suprimir nada de la diversidad que nos constituye como sujetos singulares, sino que promueve diferencias e instaura relaciones en las que llegamos a ser significativos unos para otros.

Y eso tiene como consecuencia aceptar, junto con la diversidad de los personajes que pueblan la Biblia, nuestra propia diversidad. Y puesto que somos «diversos consentidos», vamos a dejar circular libremente nuestras palabras, opiniones y disensos para construir la comprensión común y eclesial: sólo donde eso acontece, puede también circular la libre Palabra de un Dios que desea la libertad de sus hijos e hijas.

Y ya que salimos a colación las «hijas», qué buena ocasión para que el Sínodo nos anime a leer la Palabra tal como somos (¿se acuerdan de Tal como éramos, de Sydney Pollack?), y reconozca, con alegría y gratitud, la aportación de tantas mujeres biblistas que, desde la perspectiva de género, han enriquecido la lectura de los textos con una nueva comprensión y un nuevo lenguaje más en contacto con la vida y con experiencias sentidas. (Ojo con confundir «perspectiva» con «ideología de género», perversa culpable, según dicen, de un sin fin de yerros y dislates. La «perspectiva» está recomendada en un documento de la Pontificia Comisión Bíblica y todavía no está prohibida, aunque con los tiempos que corren nunca se sabe).

Para terminar: cuentan que monseñor Enrique Angelelli, el obispo argentino asesinado en agosto de 1976, solía recomendar: «Hay que vivir con un oído puesto en el Evangelio y el otro en la gente». Como en un duetto operístico, vida y Evangelio se convierten en dos voces inseparables que hacen resonar la Palabra de Dios en estéreo. Ojalá nos funcione bien la megafonía en el Sínodo.

(Fuente: Vida Nueva, 26/09/2008)

Más información sobre el Sínodo de obispos:

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Mª Pilar García dice:

    Mª Dolores: me está sucediendo una cosa extraña; varios años, he escuchado con sumo gusto sus «clases, charlas, conferencias, cursillos» en C. Pignatelli, Zaragoza, Tengo varios de sus libros, que leo con gozo, me he sumergido en La Biblia, porque como sabe, en la que siento como mi casa, hemos sido privilegiados con extraordinarios profesores. Hace algún tiempo… hay lect. del A.T. que me chirrían al escucharlas en la Eucaristía, algo que no controlo se siente mal; ese Dios, que parece ser un castigador constante… etc.etc. y me centro con gozo en los Profetas, algunos salmos, y donde encuentro Vida es, en el Evangelio. Después de tantos años de estudio ¿que me está pasando? ¿por qué me molesta tanto esas lecturas?… Ya no me pierdo como antes con tanto gozo en el AT. Espero que no sea una tozudez mía, y que tenga algún sentido positivo. Agradecida, un abrazo entrañable. mª pilar

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